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Hay carteles y
carteles, de los del narcotráfico pasamos a los de productos básicos de la
canasta familiar, y los que falta por descubrir. Aquí no somos serios ni para
ser capitalistas, no hay libre mercado sino una gran bolsa de incautos que
caemos todos los días en las garras de grandes asaltantes con fachada de prominente
organización empresarial. Para no confundirnos, es necesaria una aclaración:
Cartel es una cosa y Carrusel otra, y ambos son delitos que se dan por doquier
en esta prolífica tierra colombiana. El Cartel es un acuerdo entre privados
para no permitir que otros saquen tajadas de su pastel del mercado. Y el
Carrusel es el acuerdo entre varios para expoliar al Estado: hay carruseles de la
contratación, de las pensiones, de los reintegros en la policía, de
devoluciones ilegales de IVA. Los carruseles nos repugnan porque se roban la
plata que es de todos, pero de los carteles casi ni nos enteramos mientras nos
tumban directamente el bolsillo.
Los carteles,
de lo que sean, se acuerdan bajo la mesa, a escondidas de la ley, para obtener
una posición de privilegio que les permita a las empresas involucradas imponer
sus condiciones y obligar a los compradores a pagar los precios por ellos
convenidos. Nosotros no nos damos cuenta, y al parecer la Superintendencia
encargada de vigilarlas, tampoco. Amarramos nuestras decisiones de consumo a
marcas preponderantes, nos fidelizamos a logotipos, a publicidades, a
aspiraciones vacuas de bienestar, y les entregamos en la caja registradora del
supermercado nuestros billetes, uno por uno, para afianzar su superioridad
monopolística.
Tiempos
aquellos en los que creíamos que los únicos carteles eran los que organizaban
territorialmente los prósperos negociantes de la cocaína. El de Medellín, el de
Cali, el del Norte del Valle, el de la Costa. Para traficar con un producto que
genera semejantes ganancias, es indispensable controlar rutas, blindar a los
socios de la empresa, definir precios, ganarle la partida al competidor (otro
cartel, que trafica bajo otra marca el mismo producto). Como entre narcos las
reglas no se definen por una superintendencia, se imponen en vendettas.
Esta semana fue
noticia una carta del grupo empresarial Familia, empresa insignia del poderoso
Sindicato Antioqueño, en la que pide disculpas por su participación comprobada
en un cartel en el que, con un par de empresas de la competencia, acordó y
manejó a dedo los precios del papel higiénico que consumimos todos los
colombianos. Familia se disculpó y echó a 3 funcionarios, chivos expiatorios,
porque si se revisan los archivos que la delataron, hay una colección de
correos electrónicos en los que se evidencia cómo al menos desde 2002 se
acordaba el precio entre las grandes productoras de papel higiénico. Lo que se
devela es que ahí la operación del cartel no es la acción corrupta de tres
funcionarios, sino una política empresarial continuada.
Hoy sabemos que
existen y llevan años operando los carteles del papel higiénico, los pañales
desechables y los cuadernos escolares, entre otros varios. Faltaría saber en
los números de cuántas empresas prósperas, ejemplo de pujanza empresarial, se
esconde un crecimiento aupado en la ilegalidad de sacar a codazos a quien
pretende competirles.
Pero también hay
carteles a los que eufemísticamente llamamos oligopolios, como para no herir
susceptibilidades, como para que no los roce un señalamiento de ilegalidad.
Cuando en 1998 entraron en operación los canales de TV privados, RCN y Caracol,
circularon memorandos dentro de las empresas de esos grupos ordenando poner su
pauta publicitaria únicamente en el canal de la organización. Así, las
programadoras de los canales públicos (Uno y A) vieron como los anuncios de las
gaseosas y los azúcares se fueron a RCN y los aviones, las cervezas y las
hamburguesas a Caracol TV, dejándolas en la quiebra. Crearon la sensación de
falsa competencia entre ellos minuto a minuto al aire, cuando en realidad
compartían costos de operación por ejemplo en el uso de antenas de transmisión.
Libertad de
empresa, lo llaman; los que a mucho se atreven lo denominan oligopolio. Pero
claramente es una movida de Cartel, una manguala que apuntó a ahogar a la
competencia pública y lo logró. Hoy siguen siendo los reyes del mercado,
ofrecen idéntico producto informativo y de entretenimiento trivial y sesgado,
se pagan entre sus conglomerados la mala televisión que producen.
Con el papel
con que nos limpiamos o con lo que consumimos para entretenernos, los carteles
nos tumban por todos lados.
Tomado de revista semana.
Lamentablemente, nuestro país esta cada vez mas critica la situación sea por A o por B el pueblo colombiano sigue siendo robado, engañado y el estado nuevamente se hace el de la vista gorda, en fin parece que el estado se encarga de embolarles los zapatos a las empresas privadas.
ResponderBorrarLos carteles son uno de los tipos de la estructura de mercado llamada monopolio, son ilegales claro está, pero donde están los entes encargados de realizar la inspección o auditoria a las diferentes empresas, pues la verdad parecen que no existieran o que se dieran cuenta y se quedaran calladitos. Colombia, mi querida Colombia, cada vez más ilegalidad, corrupción y demás. Será que llegará el día en que esto cambie?
ResponderBorrarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarEl cartel es un trato entre empresas con el que fijan no solo precios, sino también cuotas de producción, con el objetivo de dejar de competir entre sí. El problema es que de esa manera les cierran la participación en el mercado a otras, lo que atenta contra el libre mercado y la libre competencia.
ResponderBorrarEn todo caso el consumidor es el más afectado, sobre todo cuando se trata de productos de primera necesidad como los pañales y el papel higiénico.